Hace apenas unas horas me he expuesto a ti de la manera más cruda que puedo hacerlo y tú no eras consciente de ello.
No lo eras porque yo no he querido que lo fueras.
Admito que tenía miedo de cómo podría reaccionar mi cabeza ante el hecho de que me tengas totalmente a tu merced, y sin embargo, todo quedó una vez más fuera de nuestro mundo, de nuestra burbuja particular.
Y por si fuera poco, he disfrutado con ello. Mucho.
Ningún demonio ha podido aturdirme,nada ha podido alejarme de la realidad, del presente, de tí.
Me encanta la manera que tienes de hacerme olvidar absolutamente todo, de pintar de colores cada trocito gris de mi pasado.
Y repetiría la experiencia mil veces.
He puesto mi cordura en tus manos, todos los avances que he hecho ultimamente sujetos a un barrote endeble.
Si he sido capaz de ésto, soy capaz de cualquier cosa.
domingo, 31 de octubre de 2010
viernes, 29 de octubre de 2010
Tarde.
No se porqué sigue abriendose el grifo cada vez que recuerdo la tarde de ayer. Y la de anteayer.
Soy un desastre. Ni siquiera tengo claro qué es lo que me pasa pero cada vez que pienso en ello el maldito grifo suelta unas gotitas perdidas.
No sentía la soledad introducirse en mi interior porque en esos momentos me abrazabas e impedías que fuera así. Porque en tus brazos siento que nada puede hacerme daño.
Y es precisamente esa mi debilidad.
¿Qué pasará el dia que tus brazos no me quieran ahí?
Me repito a mí misma que lo que importa es el presente, que lo que tenga que venir vendrá y que disfrute ahora que todo está bien. Pero sigo subiendo cada vez más alto contigo, construyendo algo que tarde o temprano será irremediablemente arrastrado por las olas.
Al igual que un castillo a la orilla de una playa, alguien vendrá y pisará lo que tenemos, o simplemente el tiempo se ocupará de hacer subir la marea, acabando con todo.
Y aunque lo sabemos no dejamos de construir cada vez más pisos en nuestro castillo, a pesar de que la caída será mayor cuanto más grande sea.
No quiero dejar de construir un mundo para nosotros, no quiero abandonar esa burbuja en la que encuentro tanta paz. No quiero dejar de quererte.
Maldita sea, tienes razón.
Es demasiado tarde para retroceder sin hacernos daño en la caída.
Demasiado tarde para luchar contra lo que siento.
Demasiado tarde para evitar necesitar un beso, una caricia, un gesto, un abrazo...
Demasiado tarde para no necesitarte al igual que al agua en un desierto.
Demasiado tarde para no enamorarme.
Así que ahora sólo queda arriesgar hasta el final y saltar sobre el precipicio, confiando en que la marea no suba, en que vean la belleza de nuestra construcción y en que nada nos desvíe de nuestro camino hacia un pozo lleno de venenosas serpientes ávidas de nuestra sangre.
Es demasiado tarde para tener miedo.
Te quiero, y seguiré queriendote mientras quieras que así sea. Y quiero que me ames de la misma forma que te amo yo.
Como nunca has amado a nadie.
Soy un desastre. Ni siquiera tengo claro qué es lo que me pasa pero cada vez que pienso en ello el maldito grifo suelta unas gotitas perdidas.
No sentía la soledad introducirse en mi interior porque en esos momentos me abrazabas e impedías que fuera así. Porque en tus brazos siento que nada puede hacerme daño.
Y es precisamente esa mi debilidad.
¿Qué pasará el dia que tus brazos no me quieran ahí?
Me repito a mí misma que lo que importa es el presente, que lo que tenga que venir vendrá y que disfrute ahora que todo está bien. Pero sigo subiendo cada vez más alto contigo, construyendo algo que tarde o temprano será irremediablemente arrastrado por las olas.
Al igual que un castillo a la orilla de una playa, alguien vendrá y pisará lo que tenemos, o simplemente el tiempo se ocupará de hacer subir la marea, acabando con todo.
Y aunque lo sabemos no dejamos de construir cada vez más pisos en nuestro castillo, a pesar de que la caída será mayor cuanto más grande sea.
No quiero dejar de construir un mundo para nosotros, no quiero abandonar esa burbuja en la que encuentro tanta paz. No quiero dejar de quererte.
Maldita sea, tienes razón.
Es demasiado tarde para retroceder sin hacernos daño en la caída.
Demasiado tarde para luchar contra lo que siento.
Demasiado tarde para evitar necesitar un beso, una caricia, un gesto, un abrazo...
Demasiado tarde para no necesitarte al igual que al agua en un desierto.
Demasiado tarde para no enamorarme.
Así que ahora sólo queda arriesgar hasta el final y saltar sobre el precipicio, confiando en que la marea no suba, en que vean la belleza de nuestra construcción y en que nada nos desvíe de nuestro camino hacia un pozo lleno de venenosas serpientes ávidas de nuestra sangre.
Es demasiado tarde para tener miedo.
Te quiero, y seguiré queriendote mientras quieras que así sea. Y quiero que me ames de la misma forma que te amo yo.
Como nunca has amado a nadie.
miércoles, 27 de octubre de 2010
sin titulo II
Abro el grifo y me sobresalto al notar las primeras gotas de agua caer sobre mi espalda desnuda.
El líquido elemento resbala y se lleva consigo la sal de aquellas lágrimas que se me escapan sin saber porqué.
El vapor inunda mis pulmones, impidiéndome respirar y recordándome esa sensación asfixiante que ya creía olvidada. Esa sensación que, muchos años atrás, me limpiaba por dentro, quemándome la piel por fuera mientras intentaba limpiar algo que sólo yo puedo ver.
No quiero que dejes de quererme.
Automáticamente una vocecilla en mi cabeza puso la puntilla. Pero pasará, y lo sabes.
Es cierto, nada dura eternamente, y sin embargo, nos hacemos esperanzas absurdas con que así será.
Y luego nos quejamos de la caida. Subimos alto, tan alto que olvidamos que todo lo que sube, baja irremediablemente.
Llorar.
Hoy, sólo quiero llorar. Porque me siento idiota.
El líquido elemento resbala y se lleva consigo la sal de aquellas lágrimas que se me escapan sin saber porqué.
El vapor inunda mis pulmones, impidiéndome respirar y recordándome esa sensación asfixiante que ya creía olvidada. Esa sensación que, muchos años atrás, me limpiaba por dentro, quemándome la piel por fuera mientras intentaba limpiar algo que sólo yo puedo ver.
No quiero que dejes de quererme.
Automáticamente una vocecilla en mi cabeza puso la puntilla. Pero pasará, y lo sabes.
Es cierto, nada dura eternamente, y sin embargo, nos hacemos esperanzas absurdas con que así será.
Y luego nos quejamos de la caida. Subimos alto, tan alto que olvidamos que todo lo que sube, baja irremediablemente.
Llorar.
Hoy, sólo quiero llorar. Porque me siento idiota.
domingo, 24 de octubre de 2010
...
Bajé la última del autobús y pude ver cómo el pelotón que normalmente desciende la calle principal conmigo doblaba ya la primera esquina.
Comencé a andar al ritmo habitual que utilizo a altas horas de la madrugada pensando en llegar a mi destino lo antes posible.
Pasé por delante de un bar cerrado en el que alguien daba golpes a la puerta con el objetivo de que abrieran. El hombre se me quedó mirando y yo seguí mi camino.
Entonces, por encima de la música de mis cascos lo escuché. Me chistaban.
Continué caminando como si no hubiera oído nada al mismo tiempo que me desprendí de uno de mis cascos.
Volví la cabeza un segundo cuando me dispuse a cruzar el primer paso de cebra.
Efectivamente, me seguía.
- ¡Eh! ¡Guapa! ¡Esperame!
Mi cerebro sólo enviaba una señal que mi cuerpo parecía no comprender: acelera.
Miré a todos lados comprobando que hubiera alguien más en la calle. No hubo suerte.
Él acortaba la distancia a cada paso que daba y mi cuerpo tenía demasiadas cosas de las que preocuparse como para andar obedeciendo los gritos de mi cerebro.
El oxígeno a mi alrededor disminuía tan rápido como avanzaba, cerrándome de nuevo en aquella burbuja.
Mesa de roble.
El temblor de mis piernas me obligaba a pensar en poner un pie frente al otro de forma que no acabara cuan larga soy en el suelo.
Escoba.
La bilis ascendió por mi esófago como asciende el magma por dentro de un volcán a punto de estallar.
Tuve que frenar mis pasos al ver el disco cerrado del último cruce que debo atravesar antes de llegar al preciado autobús que me depositará en la puerta de mi casa, a salvo.
El hombre estaba a punto de alcanzarme, así que miré que no hubiera coches y crucé lo más rápido que pude aquel maldito paso de cebra.
- Bueno, no te pongas así que no voy a hacerte nada... tampoco vales tanto.
Me abracé a mí misma sin dejar de avanzar con la vaga esperanza de que lo que tuviera en el estómago se quedara de nuevo ahí.
La suerte me sonrió cuando levanté la vista y comprobé que había llegado al local de la policía.
Aproveché para girarme y ví que aquel hombre ya no me seguía.
Me tomé un segundo para mirar la hora e intenté estabilizar mis piernas sin éxito.
Llegué a la parada del autobús y por una noche no me la encontré vacía. Un par de chicas.
Me senté a su lado, volví a ponerme el casco e intenté pensar en otra cosa.
Escaleras. Mesa. Vestido. Gatos. Playa. Escoba.
Una vez en la seguridad de mi casa cerré la puerta de mi habitación, me puse el pijama lo más rápido que pude y me enfundé en la cama hecha un ovillo pensando en gritar todas aquellas noches, todos aquellos miedos, pesadillas y lágrimas ahogadas en almohadas que nadie vió y nadie verá.
Entonces, de repente, era de día.
Comencé a andar al ritmo habitual que utilizo a altas horas de la madrugada pensando en llegar a mi destino lo antes posible.
Pasé por delante de un bar cerrado en el que alguien daba golpes a la puerta con el objetivo de que abrieran. El hombre se me quedó mirando y yo seguí mi camino.
Entonces, por encima de la música de mis cascos lo escuché. Me chistaban.
Continué caminando como si no hubiera oído nada al mismo tiempo que me desprendí de uno de mis cascos.
Volví la cabeza un segundo cuando me dispuse a cruzar el primer paso de cebra.
Efectivamente, me seguía.
- ¡Eh! ¡Guapa! ¡Esperame!
Mi cerebro sólo enviaba una señal que mi cuerpo parecía no comprender: acelera.
Miré a todos lados comprobando que hubiera alguien más en la calle. No hubo suerte.
Él acortaba la distancia a cada paso que daba y mi cuerpo tenía demasiadas cosas de las que preocuparse como para andar obedeciendo los gritos de mi cerebro.
El oxígeno a mi alrededor disminuía tan rápido como avanzaba, cerrándome de nuevo en aquella burbuja.
Mesa de roble.
El temblor de mis piernas me obligaba a pensar en poner un pie frente al otro de forma que no acabara cuan larga soy en el suelo.
Escoba.
La bilis ascendió por mi esófago como asciende el magma por dentro de un volcán a punto de estallar.
Tuve que frenar mis pasos al ver el disco cerrado del último cruce que debo atravesar antes de llegar al preciado autobús que me depositará en la puerta de mi casa, a salvo.
El hombre estaba a punto de alcanzarme, así que miré que no hubiera coches y crucé lo más rápido que pude aquel maldito paso de cebra.
- Bueno, no te pongas así que no voy a hacerte nada... tampoco vales tanto.
Me abracé a mí misma sin dejar de avanzar con la vaga esperanza de que lo que tuviera en el estómago se quedara de nuevo ahí.
La suerte me sonrió cuando levanté la vista y comprobé que había llegado al local de la policía.
Aproveché para girarme y ví que aquel hombre ya no me seguía.
Me tomé un segundo para mirar la hora e intenté estabilizar mis piernas sin éxito.
Llegué a la parada del autobús y por una noche no me la encontré vacía. Un par de chicas.
Me senté a su lado, volví a ponerme el casco e intenté pensar en otra cosa.
Escaleras. Mesa. Vestido. Gatos. Playa. Escoba.
Una vez en la seguridad de mi casa cerré la puerta de mi habitación, me puse el pijama lo más rápido que pude y me enfundé en la cama hecha un ovillo pensando en gritar todas aquellas noches, todos aquellos miedos, pesadillas y lágrimas ahogadas en almohadas que nadie vió y nadie verá.
Entonces, de repente, era de día.
viernes, 22 de octubre de 2010
Fear
El acechante manto de hielo comenzó su avance cuando el temor a la confirmación de aquello que más temo se hizo patente.
Los latidos se ralentizaron, el estomago se encogió y mis entrañas se sacudieron en una mueca indescritible.
Hace tiempo evitaste mi reconversión en una fortaleza helada e impenetrable y por si fuera poco has empezado a deshacer ese iceberg del que nunca pensé poder librarme...
¿Y aún te preguntas qué siento?
Cierto es que hora tras hora vas tomando importancia y comienzo a olvidar cómo era mi vida sin ti. Hora tras hora el temor a perderte aumenta, el temor a que en el fondo no seas para mí me hace marearme y morirme de ganas de fundirme contigo en un abrazo que me asegure de nuevo que eres real.
Camino por las nubes cuando me miras, tiemblo cuando me besas y me siento a la vez vulnerable y protegida cuando te tengo a mi lado.
Y nunca me cansare de decirte esas ocho letras que tanto se me atascan algunas veces, y que tanto te gusta oir...
Los latidos se ralentizaron, el estomago se encogió y mis entrañas se sacudieron en una mueca indescritible.
Hace tiempo evitaste mi reconversión en una fortaleza helada e impenetrable y por si fuera poco has empezado a deshacer ese iceberg del que nunca pensé poder librarme...
¿Y aún te preguntas qué siento?
Cierto es que hora tras hora vas tomando importancia y comienzo a olvidar cómo era mi vida sin ti. Hora tras hora el temor a perderte aumenta, el temor a que en el fondo no seas para mí me hace marearme y morirme de ganas de fundirme contigo en un abrazo que me asegure de nuevo que eres real.
Camino por las nubes cuando me miras, tiemblo cuando me besas y me siento a la vez vulnerable y protegida cuando te tengo a mi lado.
Y nunca me cansare de decirte esas ocho letras que tanto se me atascan algunas veces, y que tanto te gusta oir...
martes, 12 de octubre de 2010
Música
Contemplo todo mientras comienzo a acariciar al instrumento color chocolate y me preparo para introducirme en ese universo del que desearía no tener que salir en ningún momento y al que no sé cuándo podré volver.
El mástil del violonchelo se enfurece bajo mis dedos precisos que se colocan donde deben en el momento justo para sacar el sonido perfecto.
Poco a poco el instrumento y yo vamos haciéndonos uno, enroscándonos, fusionándonos más y más con cada desplazamiento, con cada subida y cada descenso. Cada nota que saco se me clava como un puñal y algo me incita a seguir cada vez más fuerte, con más deseo, hasta que la madera sea moldeable por la humedad que la supera.
La música me rodea y un suave éxtasis comienza a ascender por mi columna. Me inunda los oídos, me aprisiona y me insta a que continúe con ello.
Temo, por un momento, ahogarme en el universo en el que estoy cayendo sin arnés, levanto la vista y aquello tan hermoso que contemplo aparta mis preocupaciones sin apenas inmutarse.
El calor comienza a fundir el barniz sobre el que me encuentro y contemplo cómo resbala mientras mi pelo se enreda en las clavijas que quedan fuera de mi alcance.
Sudor. Entrega. Rubor.
Dejo de tocar en el momento en que el instrumento entero se transforma, frente a mí, en un charco de una sustancia caliente, densa y amarga que me embriaga por completo.
La suave música se pierde en el tiempo y el espacio, abriéndo de nuevo esa burbuja y dejándome salir a regañadientes pero feliz...
El mástil del violonchelo se enfurece bajo mis dedos precisos que se colocan donde deben en el momento justo para sacar el sonido perfecto.
Poco a poco el instrumento y yo vamos haciéndonos uno, enroscándonos, fusionándonos más y más con cada desplazamiento, con cada subida y cada descenso. Cada nota que saco se me clava como un puñal y algo me incita a seguir cada vez más fuerte, con más deseo, hasta que la madera sea moldeable por la humedad que la supera.
La música me rodea y un suave éxtasis comienza a ascender por mi columna. Me inunda los oídos, me aprisiona y me insta a que continúe con ello.
Temo, por un momento, ahogarme en el universo en el que estoy cayendo sin arnés, levanto la vista y aquello tan hermoso que contemplo aparta mis preocupaciones sin apenas inmutarse.
El calor comienza a fundir el barniz sobre el que me encuentro y contemplo cómo resbala mientras mi pelo se enreda en las clavijas que quedan fuera de mi alcance.
Sudor. Entrega. Rubor.
Dejo de tocar en el momento en que el instrumento entero se transforma, frente a mí, en un charco de una sustancia caliente, densa y amarga que me embriaga por completo.
La suave música se pierde en el tiempo y el espacio, abriéndo de nuevo esa burbuja y dejándome salir a regañadientes pero feliz...
domingo, 10 de octubre de 2010
Domingo.
Hoy he vuelto a despertar teniéndo ese mal presentimiento que a veces me abruma.
Tras una noche en la que apenas he podido conciliar el sueño, tan tolo deseo poder permanecer bajo el edredón todo el día oculta del mundanal ruido y de la realidad, viviendo unicamente de lo que mi subconsciente pueda ofrecerme y sacando de mí esta horrible sensación.
Hoy me pregunto si ésto es real.
Hoy siento que yo pongo más empeño.
Hoy siento que estoy arriesgando para nada, siento el vacío y el temor irracional a ser rota de nuevo se apodera de mi alma mientras por otro lado una vocecilla traviesa me recuerda lo ingenua que soy.
Una vez más me recuerdo a mí misma el poder de esas dos palabras.
Dos palabras que, una vez dadas, simbolizan la entrega de lo más delicado que tenemos.
Dos palabras que pueden llenarte con la misma rapidez con la que vaciarte si de repente se ausentan.
Dos palabras que necesito escuchar sinceras de tu boca una vez más...
Tras una noche en la que apenas he podido conciliar el sueño, tan tolo deseo poder permanecer bajo el edredón todo el día oculta del mundanal ruido y de la realidad, viviendo unicamente de lo que mi subconsciente pueda ofrecerme y sacando de mí esta horrible sensación.
Hoy me pregunto si ésto es real.
Hoy siento que yo pongo más empeño.
Hoy siento que estoy arriesgando para nada, siento el vacío y el temor irracional a ser rota de nuevo se apodera de mi alma mientras por otro lado una vocecilla traviesa me recuerda lo ingenua que soy.
Una vez más me recuerdo a mí misma el poder de esas dos palabras.
Dos palabras que, una vez dadas, simbolizan la entrega de lo más delicado que tenemos.
Dos palabras que pueden llenarte con la misma rapidez con la que vaciarte si de repente se ausentan.
Dos palabras que necesito escuchar sinceras de tu boca una vez más...
lunes, 4 de octubre de 2010
5 de Octubre
Encontré una estancia lúgubre en lo más profundo de aquel castillo rodeado por una fortaleza. Algo me decía que tenía que entrar allí por muy aterrorizado que estuviera, así que me armé de valor y me encaminé hacia el interior ignorando el olor a humedad que se pegaba a cada poro de mi piel.
Un suave rayo de luz se filtraba por algún resquicio en la parte superior, dando a la escena un aspecto aún más siniestro.
Allí estaba el motivo de tan largo viaje.
Dos grilletes hacen sangrar sus muñecas levantándola del suelo y otros dos la mantienen inmovilizada a la pared. Sus alas, antaño tan blancas que cegaban con sólo mirarlas, han quedado convertidas en un simple reflejo barato de lo que un dia fueron. Su cara está tapada por la cascada de pelo en la que se ha convertido su pequeña melena y por un momento me temo lo peor.
Me acerco hasta que mi rostro queda separado por apenas unos centímetros del suyo y puedo comprobar que afortunadamente sigue con vida.
Separo con cuidado el pelo que le cubre para poder contemplarla por fin. Levanto con cautela su barbilla. Ojos cerrados, labios entreabiertos invitándome a probarlos una vez más.
En un arrebato pasional poso con fiereza mis labios sobre los suyos, y nada ocurre. Desesperado, intento controlarme, respiro y lo intento de nuevo.
Tembloroso me aproximo y dejo que ella note mi aliento acercándose y al rozar con mis labios los suyos, su fuerza me derrumba hacia el suelo.
Sorprendido y aturdido levanto la cabeza y lo que veo me sorprende aún más que mi repentina caída.
Su cuerpo está bañado por aquella luz de la que me enamoré y toda ella parece haber recobrado la fuerza y la vida. Al clavar sus ojos en los míos comienza a luchar contra las sus ataduras.
Se impulsa hacia mí con tal fuerza que las cadenas rugen furiosamente. Se me nubla la visión pero soy consciente de cómo va desintegrandose bajo su fuerza todo aquello que la mantenía prisionera, que la estaba mermando y asfixiando.
Pierdo la consciencia en el momento en que la última de las cuerdas metálicas se quiebra y la veo....
Despierto al notar que ella posa sus labios sobre los míos. Me abraza suavemente mientras comparte su luz conmigo y me llena de calor.
Cubiertos por un blanco manto nos elevamos donde nadie más puede vernos y entonces me siento de nuevo en casa, en esa burbuja que creamos a nuestro alrededor y en la que sólo cabemos nosotros dos y no cabe nada sucio...
Son tres meses los que llevo volando contigo y el deseo de que nunca aterricemos se hace más grande a cada minuto que pasa. Admito que tengo un poco de miedo pero estoy dispuesta a afromtarlo y seguir rompiendo todos los grilletes. Por ti, porque te amo.
Un suave rayo de luz se filtraba por algún resquicio en la parte superior, dando a la escena un aspecto aún más siniestro.
Allí estaba el motivo de tan largo viaje.
Dos grilletes hacen sangrar sus muñecas levantándola del suelo y otros dos la mantienen inmovilizada a la pared. Sus alas, antaño tan blancas que cegaban con sólo mirarlas, han quedado convertidas en un simple reflejo barato de lo que un dia fueron. Su cara está tapada por la cascada de pelo en la que se ha convertido su pequeña melena y por un momento me temo lo peor.
Me acerco hasta que mi rostro queda separado por apenas unos centímetros del suyo y puedo comprobar que afortunadamente sigue con vida.
Separo con cuidado el pelo que le cubre para poder contemplarla por fin. Levanto con cautela su barbilla. Ojos cerrados, labios entreabiertos invitándome a probarlos una vez más.
En un arrebato pasional poso con fiereza mis labios sobre los suyos, y nada ocurre. Desesperado, intento controlarme, respiro y lo intento de nuevo.
Tembloroso me aproximo y dejo que ella note mi aliento acercándose y al rozar con mis labios los suyos, su fuerza me derrumba hacia el suelo.
Sorprendido y aturdido levanto la cabeza y lo que veo me sorprende aún más que mi repentina caída.
Su cuerpo está bañado por aquella luz de la que me enamoré y toda ella parece haber recobrado la fuerza y la vida. Al clavar sus ojos en los míos comienza a luchar contra las sus ataduras.
Se impulsa hacia mí con tal fuerza que las cadenas rugen furiosamente. Se me nubla la visión pero soy consciente de cómo va desintegrandose bajo su fuerza todo aquello que la mantenía prisionera, que la estaba mermando y asfixiando.
Pierdo la consciencia en el momento en que la última de las cuerdas metálicas se quiebra y la veo....
Despierto al notar que ella posa sus labios sobre los míos. Me abraza suavemente mientras comparte su luz conmigo y me llena de calor.
Cubiertos por un blanco manto nos elevamos donde nadie más puede vernos y entonces me siento de nuevo en casa, en esa burbuja que creamos a nuestro alrededor y en la que sólo cabemos nosotros dos y no cabe nada sucio...
Son tres meses los que llevo volando contigo y el deseo de que nunca aterricemos se hace más grande a cada minuto que pasa. Admito que tengo un poco de miedo pero estoy dispuesta a afromtarlo y seguir rompiendo todos los grilletes. Por ti, porque te amo.
domingo, 3 de octubre de 2010
Memories...
La bomba de relojería estalló en pleno julio, justo después de su cumpleaños.
Me encerraron sin apenas darme cuenta entre aquellos cristales de modo que pudiera ver lo que ocurría a mi alrededor pero no ser partícipe ni exponer una opinión. Poco a poco él fué tomando el control de mi vida, de mi cuerpo, de mis decisiones y opiniones...
Poco a poco el círculo iba cerrandose, haciéndo cada vez más pequeño el espacio vital. Poco a poco iba vendiéndo mi libertad a cambio de cariño vacío. Poco a poco él fué tomando todo el control del juego.
Aún me pregunto qué tuvo de interesante encerrar a un pajarillo atado dentro una bola de cristal.
Aún me pregunto porqué caí en esa adicción, porqué no podía parar de batir mis alas para que mi captor me prestara atención en lugar de batirlas para escapar de allí.
Fuí su marioneta. Y por él lo perdí todo.
La suave lluvia de otoño refresca mi memoria y me trae todo este veneno para aplastar con él la cicatriz que quedó en mi corazón.
Lloro y el agua se lleva con él mis lágrimas pero no la sustancia ponzoñosa.
Parada en la calle miro al cielo una vez más. Las gotitas golpean mis párpados y atraviesan mis labios dándome una bocanada de vida y de presente.
Todo lo que aprendí de tí fue a sacar lo peor de mí misma.
Espero que tú por lo menos aprendieras lo que es amar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)